El poder se puede ejercer de dos maneras: directamente, sometiendo una decisión a debate público y posterior votación, o de una manera más sutil, eliminando de la agenda pública la discusión sobre una política y sus alternativas. De lo que no se habla, no existe; de ahí que los políticos dediquen tantas energías a controlar la agenda pública.
Así estaban las cosas en Europa respecto a la austeridad. Sin embargo, en poco menos de una semana, los diques se han roto y el debate ha irrumpido con fuerza, permitiendo una recomposición total de los términos del debate europeo. Como todo cambio súbito, resulta más fácil explicarlo a posteriori que predecirlo a priori pero lo cierto es que han sido numerosas las voces que en los dos últimos años se han mostrado a favor de un cambio de estrategia. No obstante, una y otra vez, estas voces fracasaron. Y si fracasaron fue en gran parte porque los destinatarios de estos mensajes pudieron cuestionar la legitimidad de los que planteaban el cambio de rumbo. Por un lado, los mensajes provenientes del otro lado del Atlántico eran rehusados con el argumento, primero, de que Estados Unidos y la Unión Europea era tan distintos que hacían imposible que las recetas aplicadas en un lado funcionaran en otro y, segundo, al atribuir un sesgo ideológico izquierdista a los economistas estadounidenses (Krugman, Sachs y Stiglitz, entre otros) más críticos con las políticas de austeridad europeas
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